Lulo (Villanueva Lorenzo)


―¿Qué es esto? ―dijo uno de los hombres uniformados―, así que llevas drogas, ¿sabes que te puedo detener? ¿Que vas a estar encerrado toda la noche mínimo? ―su risita burlona. ―Eso no es mío ―gritó mi padre. Ulloa se acercó y lo pateó, abrió el sobre transparente donde estaba la cocaína y la aspiró dos veces. ―¿Dices que no es tuya?, si es de la buena. ―Luego se la dejó en el suelo.

―¡Jefe, no me haga esto, por favor! ―gritó mi padre.

Y los hombres se fueron con el dinero y su carro. Tomó el licor que tenía y se fue a mi casa. Llegó, al entrar buscó a mi madre, luego discutieron y la golpeó reclamándole. Yo de niño miraba sorprendido, se repetían los golpes una y otra vez. Siempre me dejan en la calle por las noches. Mi madre no sabe lo que hace y me pide la defienda.

Ahora es más mujer que madre. Ella piensa abandonar a su familia para juntar dinero. Y así lo hizo.

Las luces se encendían en Bocanegra-Callao, las casas de diferentes colores, la basura amontonada en las esquinas. Se escuchaban llantos en la casa de techo de calaminas y paredes de adobe. Afuera había algunos arreglos florales y un árbol de pacay con los frutos en el suelo. El ataúd está cerca de la cocina. La madre y la novia del difunto, ya cansada de llorar, miran el cuerpo. Algunos amigos toman ron para el frío y unas galletas. ―Era muy joven ―decía una mujer. Un hombre delgado tosió repetidas veces.

La muerte estará presente mientras sigan trabajando en construcción civil. Pero ellos seguirán porque es el medio más rápido y fácil para obtener dinero para su familia. No hay de otra, no los vemos crecer y ahora aparecen muertos.

Nosotros, los niños, éramos una familia, alejados de casa, de las personas malas que fingían ser honestas y que nos herían también con sus palabras. Todos querían ser como el Cholo Jacinto que había estado en la cárcel y ahora era seguridad del presidente de la región del Callao.

―¿Trajiste comida del mercado? ―preguntó Maleado con su voz chillona. Tenía el rostro pintado como un payaso.

―Sí, ya la traje ―afirmé orgulloso e inquieto.

Eran unas papas huayro y unas patitas de pollo que me había regalado la anciana Margarita. ―Toma, niño, vienes mañana en la tarde cuando no haya clientes para darte algo.

Cocinábamos en leña sobre una lata de aceite, la utilizábamos también de cajón para tocar y cantar en los carros, en las noches para bailar, para que se nos pasen el frío y la tristeza.

Estaba junto con nosotros María que se había escapado de su casa, su padre abusaba de ella y su madre no decía nada. Tenía un resentimiento contra todos.

Todos son unos imbéciles, le decía.

―¡Cómo te atreves dirigirte a un superior con ese tono de voz! ―dijo uno de los hombres. Vinieron más golpes en el interrogatorio, les gustaba golpear, decían los vecinos que tenían denuncias de sus mujeres y amantes, pero nunca procedían y ellos seguían agrediendo a más mujeres sin experiencia en el amor y en la vida.

―¡Habla! ―gritó otro hombre. Quería seguir escuchando lo que sabía sobre la desaparición de María.

―¿Qué sucedió el sábado 26 por la noche? ¡Continúe, hábleme sobre ella! ―gritó Ulloa.

―María te hacía perder el miedo, lo puedes cambiar todo, vale la pena ser bandido por ella ―le gritaba.

―Descríbame el hecho, no huevadas ―enfatizó Ulloa.

Era la medianoche, el momento de salir. El bullicio del aniversario del mercado se escuchaba en otros barrios. Los vendedores y sus familias llegaban con sus mejores prendas. Las cajas de cerveza no dejaban de venderse, las parejas bailaban al son de la música. Maleado estaba ayudando en la seguridad del local, permitía entrar a hombres del barrio que estaban armados, con cortes, desfigurados, todo por un poco de dinero.

Sé que él no lo hizo, aunque tenía necesidad, su moral no se lo permitía, él nos acompañó cuando la fiesta había comenzado.

María coqueteaba con su cuerpo, le habían crecido los senos y su mirada atraía a desconocidos. Algunos se acercaban. Esa noche bailamos, nos mareamos. Solo quería divertirse.

―Eran las cinco y media de la mañana. Ella quiso ir a un hotel, nosotros, claro, aceptamos rápido, subimos a un auto que llegó de la nada, luego nos quedamos dormidos, no recuerdo nada ―le gritaba a Ulloa.

―¿Dice que despertaron y se encontraron en un hotel de mala muerte? ―preguntó Ulloa.

Ulloa ese mes sería ascendido y no podía tener ninguna denuncia.

―Parece que estábamos pepeados, Maleado se encontraba dormido y María no estaba ―dije sorprendido.

Guardaron silencio unos segundos. Tan solo hablaban las miradas.

―¿Solo eso recuerdan? ―preguntó exaltado el oficial Ulloa.

―Sí, eso es todo ―dije.

―Bueno ―dijo Ulloa― ¡sáquenlos! ―ordenó a sus hombres.

―Déjenlo libre ―agregó. ―No los quiero ver, sino los encerraré y ahí mis hombres y yo los golpearemos.

Cuando salimos del interrogatorio encontré a María tirada en la esquina del barrio donde nos reuníamos.

No hablaba mucho, solo recordaba que había bebido una cerveza que el oficial Ulloa nos invitó.

María sabía que el oficial Ulloa la había violado. Ahora sabíamos que solos no éramos nada. Y que ingresando a los Latinos seríamos alguien y nos defenderíamos de Ulloa. Todos quieren verlo muerto, lo odian por abusivo, solo falta alguien con huevos que lo mate y nadie diría nada de su muerte.